( ) Oscar Molina llegó a una verdadera desnudez de la visión, una esencialización en la que generaban espléndidos equilibrios de los objetos protagonistas. Más que recrear la experiencia del aura (el "aquí y ahora" ), éste fotógrafo atrapaba un aroma determinado, recuerda que el "tiempo es un gran escultor". Una de las imágenes más hermosas es una de 1992 en la que se muestra una caja de acuarelas, con algunas pastillas vacías, otras marcadas por el uso constante, una admirable alegoría del arte. Mirada dirigida a los restos, a las huellas de la fatiga, a los intersticios de la pasión. (...)
Fernando
Castro
Extracto de texto
para el catálogo: Meridiano. Comunidad de Madrid. Madrid, 1995