(...) Las fotografías de Oscar Molina son una constatación de la lenta erosión del tiempo, una mirada piadosa que se derrama sobre los utensilios cotidianos que han perdido su función : abandonados a las inclemencias del tiempo. El objeto más sencillo, un cuchillo, adquiere una extraña dignidad : algo así como una poesía que rescata las cosas del olvido. La referencia, el momento descriptivo en este fotógrafo es evidente, casi se podría decir que "tautológico", todo se mantiene en su lugar en el mundo : el plato mantiene su esencia, aunque su uso parezca lejano.
Barthes o Benjamín se enfrentaban a la fotografía guiándose más por lo azaroso que desgarra (el punctum) que por una afanosa dedicación general (el studium). El detalle es aquello que hace que la fotografía sea subversiva, asuste o estigmatice, es decir, aquello que la convierte en espacio del pensar. En las imágenes de Oscar Molina el detalle no es más que la totalidad del elemento que surge de un fondo negro : algo real que ya no se puede tocar, un resto que ha sido levantado desde un naufragio que es, en último término, un abismo. La fotografía atañe al tiempo ( y el tiempo es, a su vez la edad de las cosas ), en ella no hay futuro, nada puede ser añadido; eso conforma su patetismo, su melancolía, por medio de muchas imágenes aparece la muerte, la finitud, en toda su llaneza, ajena a la tragedia y la purificación. El tiempo se encuentra atascado. (...)
Fernando
Castro
Extracto del texto
para el catálogo: Meridiano. Comunidad de Madrid. Madrid, 1995