De la levedad y las emociones

(…) Ya en Silencio abierto Óscar Molina ofrecía al espectador unos papeles fotosensibles vírgenes para que éste decidiera cómo exponerlos al efecto de la luz. La estrategia puesta en práctica aquí no va encaminada a primar un resultado icónico concreto sino la idea de la producción artística como posibilidad tangible para el receptor dispuesto a participar activamente en la realización de la obra. Después, con Photolatente , el sustrato conceptual de este dejar de hacer para dejar hacer alcanza otro grado de realización. El artista gesta la idea de la obra y ésta se constituye a través de otros, implicando en su proceso tanto el momento de la creación como el de la recepción de las imágenes. Momentos creativo y receptivo que en su interacción conforman el diseño imprevisible de un texto visual por escribir. Las imágenes, latentes o materiales, adquieren una calidad singular como signos icónicos: la clave de su significación ya no está en la realidad que representan ni en el estado virtual de las imágenes impresionadas sino en el marco conceptual del proyecto en que se conforman.

En un relato de Herman Melville el oficinista Bartleby, cada vez que se le encargaba un trabajo o se le pedía que contara algo sobre su vida, respondía siempre diciendo “preferiría no hacerlo”. No actuar, no escribir, no pintar, no fotografiar se equiparan bajo la figura de Bartleby como manifestaciones de una actitud nihilista ante el mundo. En buena medida la historia del arte moderno está marcada por esta pulsión negativa: negación del lenguaje, negación del objeto, negación del autor… en suma negar lo artístico desde el arte. Cuando en Silencio abierto Óscar Molina ofrece el papel fotosensible o en Photolatente un rollo de película virgen; cuando en Fotografías de un diario el autor deja la cámara para que otro ejerza su función; cuando en el diario designa una fotografía inexistente mediante las palabras “Ninguna fotografía”, se proyecta una sombra bartlebyana. Quehacer de bartleby en el que parece empeñado Óscar Molina con esa forma de negación por la que ha optado. Pero a diferencia del oficinista de Melville y de sus secuelas en el ámbito de la literatura –pensemos en Rimbaud o en Juan Rulfo—, nuestro artista ha transformado su inhibición en la realización de imágenes en una estrategia activa. Estrategia capaz de subvertir, en un sentido parecido al del nihilismo nietzscheano, la renuncia a producir imágenes fotográficas en la posibilidad de un nuevo rol poiético para el fotógrafo y el receptor. Un orden inédito en la creación artística que pone de manifiesto la especial pragmática, lúdica y vitalista, aplicada en la fotografía de Óscar Molina. El arte no es, así, un juego con la imagen fotográfica sino un juego de la imagen fotográfica que –como concepto y como representación—se realiza a través del reflejo de un “yo” en “otro”. Forma dialógica del proceso fotográfico que alumbra la conciencia artística de los implicados en él y, a la vez, la posibilidad de una nueva trasgresión de las reglas del juego (…).

Enric Mira Pastor
Texto para el libro: Fotografías de un diario. Caja San Fernando. Sevilla, 2004.

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